Me he sentido como una ciudad atravesada por una manifestacion de tractores.
Uno de tras de otro desfilando y haciendo sonar las bocinas. Van dejando en evidencia que no hay nada mas ínutil que ser una ciudad.
Sin ellos, no comemos. Su paso por la gran avenida era motivo de alegría y de verguenza al mismo tiempo. Un tractor solo puede provocar sonrisas, porque es intrisicamente una maquina para alimentarnos y por lo tanto símbolo de vida.
Un deportivo en cambio es el simbolo más obvio del abuso, del egoismo, de lo futil, el derroche, individualismo, ganas de mostrar.
Opulencia contra el vivir.
La tierra contra el espejismo de estar muriendo sin tocarla ni una sola vez, en una ciudad. En algun momento dar a parar con tus huesos en el cemento, que para el mal uso es por ello que llamamos así a los cementerios. Nombre que serviría de sinonimo para ciudad.
Cementerios, esos lugares que parecen seguir evitando la descomposicion incluso despues de muertos. Como si el miedo a morir siguiera en nosotros cuando ya nos fuimos. Como un desprecio claro y post-mortem a la húmeda vagina terrenal, al exquisito insecto que elabora la unión entre lo que fue y lo que será.
El contacto de fertilidad que supone la muerte. Pero la gente va a seguir comprando deportivos en vez de tractores. Y alargaran sus manos para poner el aire acondicionado y pasaran el parabrisas mil veces hasta quitar los mosquitos muertos aplastados por la velocidad de quien no sabe a donde va.
Me duelen los tractores en mi garganta, y mi pecho late como tierra abierta y sedienta.
Deja una respuesta