Susurros

Un poco sobre religión, en un país donde las personas vestían de colores los domingos.

 

la torre de la iglesia
Me considero una persona con tendencia a la espiritualidad, a creer en el Karma, como algo que tiene que ver con el intercambio de energías. Vale, no os asustéis, en realidad quería contar como fue mi primer acto vandálico contra la religión católica.
Soy hija de madre soltera, nieta de abuelos trabajadores del campo, inmigrantes en ciudad. Fui criada de modo laico, en escuela publica y siempre con el ejemplo magnífico  de mi madre trabajadora.

La religión, ha sido, desde que yo recuerdo, un problema en la vida de mis familiares. Un problema externo, que ha tenido consecuencias en sus vidas de una manera u otra. No se, si debería decir que mi abuela era católica o no, ella nunca me habló de las escrituras, ni creo que lo hiciera nunca, pues no sabía apenas leer ni escribir. Ella creía en algo que protege. Cuando yo de bebe me enfermaba, ella cantaba unas canciones a modo de petición, para que me recuperara. Del mismo modo me daba una cadenita y me decía “esto te protegerá”

En el campo, la religión es otra. Supongo que no había nada mas importante que una buena cosecha o la salud de los animales. En este caso, de las vacas, que tenían en el caserío. También era importante protegerse contra las envidias. Los vecinos que te miraban mal podrían traer desgracias, las personas que tocaban las plantas con rabia, las mataban.

Recuerdo a mi abuela, ya en la ciudad, arrastrándome en el supermercado, para que nos alejáramos de una mujer que le acababa de saludar. Después de un hola ¿qué tal estas? mi abuela continuaba andando y decía; vamos, vamos. Yo, obedecía, sabiendo que algo de historia me era ajena.

Por ello, para mi la religión ha sido siempre un susurro, casi inteligible. Cuando he ido a misa, me he sentido siempre un poco extranjera. Un poco como una guiri en pantalón corto, sandalias con calcetines y la piel quemada en rojo vivo, en un restaurante de lujo con gente bien vestida. Mi abuela me llevo un par de veces a misa. Sobretodo a la misa del gallo. Esta misa era la que más llamaba mi atención porque era en la medianoche y el tema de que hubiera un gallo en el nombre, disparaba mi imaginación. Me imaginaba una liturgia llena de personas con sus chaquetas negras, con velas… Nada podía ser más atractivo para una niña que amaba las historias sobre las brujas.

Estas misas siguen teniendo para mi un factor atractivo, y tengo que reconocer que aunque no conozco a nadie de las parroquias de mi barrio, a veces emocionada, bajo a medianoche en nochebuena para unirme a la misa del Gallo. Del mismo modo que me gusta entrar en iglesias vacías, cuanto mas antiguas mejor, e imaginarme como eran los creyentes de hace siglos.

Cuando contaba veinte años, le pregunte a mi abuela sobre su vida. Me sentí con la fuerza de hacerlo, un día que me pilló llorando. Siempre en susurros, me dijo “Yo a tu edad también lloraba mucho”.

Mi abuela hablaba poco, pero solía ser precisa y tener claridad de ideas.

Entre llantos le pregunté como era su vida a los veinte años. Me contó, que tenía que pastorear todo el día las ovejas por el monte, que hacia mucho frío y que se sentía muy sola. Eran los años de los maquis. Allí en las montañas de Teruel, había hombres con fusiles escondidos por el campo. Con mis ojos brillando de emoción, por escucharla hablar, por fin, de algo relacionado con la historia (¡con los maquis!), le pedí que continuara. Ella no los llamaba así, no creo que los distinguiera de los nacionales. Ella tenia miedo de todas las personas con fusiles que encontraba, guardias civiles o no. Eran tiempos difíciles, me dijo.

Maria Luisa, ( volvió a bajar el volumen, al mínimo) la del casal de las eras, la hija de Eusebio, sí, a ella, la encontraron un día, colgada en la plaza del pueblo, parece ser que se juntaba con guardias civiles y les contaba lo que oía con los mozos. No estaba bien, ir hablando con todos»

A mi abuela había que traducirla, porque parecía hablar con alguien que conocía todos los datos. Recordaba en voz alta y con una memoria impecable, esas que ya no existen, la memoria que lucen las personas que no saben leer, ni tienen smartphone para moverse por una ciudad nueva. Ella se apañaba con su memoria y literalmente ponía paños a todas las cosas. Calcetines, pantalones y camisas salían nuevas de sus manos.

Le pedí que me contara más sobre los republicanos en el monte, y en un acto extraño en ella, se dio a hablar, rompiendo ese silencio que siempre parecía proteger, con temor a que alguien todavía entre las paredes le oyera.

Un día pastoreando a las ovejas, me crucé con un hombre en el monte. Cuando me vio, escondió su fusil a la espalda, pero yo lo había visto, lo había visto, tuve mucho miedo. Me dijo “señorita, ¿cuándo son las fiestas del pueblo?“ Le contesté temblando, Santa Ana era en la última semana de agosto. “Pues ya nos veremos en el baile“. Se fue, yo pensaba que me iba a matar.

Mi padre siempre hablaba mal de los hombres del campo, una noche, mientras dormían, el abuelo, (así llamaba mi abuela a su padre) subió en silencio a la Rocha, donde empieza el bosque y les rompió las guitarras. Todas las noches oíamos sus cantos, sus hogueras, pero ese día fue el último, les rompió la guitarra.

Vaya… Mi bisabuelo, según me había contado mi madre, había sido un franquista, ideológicamente hablando, un hombre de campo, tradicional y conservador. Ante esta situación de vecinos enfrentados y disputas entre pueblos, mi abuela había aprendido a callar desde joven y mantenía esa costumbre. Precavida, hablaba poco, callaba mucho. Era observadora.

Volviendo a mi. En mi familia, creo que soy la única de mi generación y de las siguientes que no está bautizada. Esto para mi, era casi una señal de identidad, que a veces me hacía sentirme mal. Mi tía parecía decir, sin palabras, mientras me acariciaba el hombro al salir de la iglesia:  pobrecita, hija de madre soltera y encima no bautizada, pero la queremos igual.

En las misas nunca me supe los rezos. Miraba boquiabierta a mis primas, mientras ellas hacían sus gestos de cruces en la frente, y cabizbajas ponían esas caras (¡de santas!). Me mandaban a callar, con seriedad, cuando yo intentaba susurrarles algo. Era una actuación rara, sabiendo lo maliciosas que podían llegar a ser cuando me robaban los juguetes.

Cuando mi abuela falleció, yo estaba viviendo esa crisis de identidad de los veinti-pocos. Dejé la carrera, abandone todo y justo durante ese mismo año, mi ciudad se preparaba para la llegada del Papa. Mi ciudad se lleno de carteles pro-vida, anti-aborto, y de carácter “familia feliz unida, rubia y mono-parental, monógama…” y todo lo demás ya os lo imagináis. Me lo tomé como algo personal. Si antes me había sentido excluida, ahora me sentía insultada. Mi familia era tan valida como cualquier otra, me repetía. Las pancartas gigantes en las calles así como las banderillas amarillas y blancas me provocaban dolor en el cuerpo.

Entonces, durante una noche, mientras los santos santísimos cardenales, los viejos con sotana, dormían en el obispado, decidí actuar. Junto con unos amigos, que siguieron mis locuras (aunque no creo que se sintieran tan afectados como yo) decidimos hacer unas pintadas en las paredes del obispado. Bueno, lo decidí yo, lo reconozco. Teníamos unos tackers, para pintar paredes, y cambiando el logo de la campana oficial “Yo te espero”, escribimos bien grande “YO NO TE ESPERO”.

Cuando volvíamos, triunfantes, por la calle de La Paz, dos coches de policía nos dieron alcance. Naturalmente habíamos sido grabados por las cámaras de seguridad y en seguida nos pidieron las pruebas evidentes, los rotuladores. No se porqué no nos ocurrió nada. No hubo una consecuencia más allá de que nos retuvieron en esa calle, a la espera de que alguien nos llevara al cuartelillo, pero nadie llegó. Yo discutí durante dos horas, de un modo violento, con el policía. Le expliqué  que la invasión de carteles estaba destruyendo mi identidad, que me sentía ofendida y que odiaba al papa y a sus ovejas, y que tenia todo el derecho del mundo a expresarme. El poli estaba mas bien sorprendido, y me dijo “estos niños de hoy en día, leéis demasiados libros, seguro que ha leído el puto Código Da Vinci”. Volví a casa, exhausta y cuando mi madre me vio llorando, la abracé y le conté mi aventura, esperando que ella entendiera mis actos. Mi madre me abrazó y al modo de mi abuela, no dijo nada, consolándome.

Es ahora, unos cuantos años  después, entiendo que fue un ataque de rabia descontrolado, sin objetivo claro. Una explosión adolescente. Es ahora, que sigo siendo la “no bautizada” y estoy agradecida de no estarlo. Agradecida a que mi madre dijera en su momento: Cuando pueda pensar, ella eligirá su religión, pero no antes”. Es ahora, que una puede ver y puede contrastar. La religión da cosas muy bonitas, sensación de unidad, solidaridad y un vago sentido de estar protegido y pertenecer a un grupo. Por otro lado, las noticias actuales sobre los pregones, me hacen constatar que la religión oficial católica, la que llega desde los altos cargos, es lo mas parecido al horror zombie que he visto nunca.

Esta semana, sin ir mas lejos, un señor, envalentonado por sus ideas religiosas, intentó prender fuego a una discoteca de lesbianas, al grito de “arderéis en el infierno”. En EEUU locos religiosos matan a médicos que ayudan en las intervenciones de interrupción del embarazo desde hace décadas (os recomiendo el libro de Oates sobre el tema)
Se hacen proclamas publicas de homofobia, misoginía, racismo y sobre la supremacías de unos sobre otros. Son, lo que se puede decir, violentamente políticos y muchas veces radicales.

En mi país, hay mas de 200 centros educativos que separan a las niñas de los niños, segregando desde la infancia. Muchos centros que ponen la educación en manos de religiosos. Por no hablar de la venta de bebes y el abuso sexual a menores tan extendido en estas instituciones.

Por todo ello agradezco no estar en la lista de millones de católicos, así como de no tener que lidiar con toda la burocracia necesaria para darse de baja en el censo católico. Aunque no os suene bien, voy a seguir creyendo en las energías, en el “trata a los demás como quieras ser tratado”. Entre todo este ruido, banderas papales, radicales evangélicos y católicos, ataques violentos de idolatras…
… me quedo, con vuestro permiso, con los susurros, los ligeros apretones de manos, llenos de esperanza, de mi abuela, que me susurra; todo ira bien.

 

 

3 respuestas a “Susurros

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  1. Hola Noom. Tus textos son muy bonitos. Echo de menos conversar contigo. Supongo que adivinarás quién soy. Me gustaría recuperar tu amistad. Si tú también quieres ábreme algún canal de comunicación. Recuerdos. David.

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