Quizá no haya quedado ni un átomo de ella.
La recuerdo tan cabeza loca, ni siquiera un pensamiento remarcable. Sólo pitidos de sirena, sonrisas a medias, desesperación, talento a raudales, inocencia, desconocimiento del mundo y amor a las causas perdidas.
Dulzura, dieciséis años y un talante agresivo, de desprecio, un “dejamenpazquetunomeconoces” explotando constantemente en las manos.
Noches sin fin, sin razón, tiempo en grupo, por para él grupo.
Soledad autolesionante, autosugestionada a ritmo de portazos.
Nunca supo lo que querían decir con “estar sola”. Añoraba esa palabra, sola; ¿Qué significará estar sola? A esa edad, ella no lo estaba. Vivía con sus miedos y paranoias. Sus pulseras de cuerda, sus notas de cuaderno, sus miradas de desaprobación, su aburrimiento, su cambiante yo, ¿yo?
Yo no soy nada de eso – me contestaría ella arrogante.
Y yo, ahora, abrazándola, le diría;
(…) Mi niña. me haces tanta falta en este mundo de adulta, donde la soledad victoriosa, (que alcancé con el esfuerzo de años) ahora verdadera e irrisoria, me produce vértigo. Mi niña. Tus soledades son el calor y la música de mi vida. Por fin nos encontramos.
Tu con el ansia de volar sola y yo con la nostalgia de acariciar dulzura.
Y entonces fuimos una.
Tierna soledad.
Sobria traviesa.
Ligeramente ebria, y adulta.
Parece estar leyéndome a esa edad
Me encantó
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🙂 gracias
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A ti😉
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