Tristezas

La tristeza de trabajar es probablemente incomparable a la tristeza de no tener trabajo. 

La una peca de cansancio.
La otra, cansada, peca de no poder decir; “estoy cansada”. 

La una se desmaya en el sofá, extiende sus piernas y exclama ¡hoy no hago nada!”.
La otra, avergonzada, no encuentra un momento, pues no se permite sentarse, no se siente con derecho a parar, pues nadie opina que tenga razones para ello. 

Son dos tristezas confrontadas.

La una  con derecho social a existir, a reclamar más tiempo, más dinero, a reclamar que no puede más, que esta harta.

La otra con la desgracia de no ser parte de nada, de ilegal, de busca-fortunas, de trabajar tanto o más y de estar infravalorada, no remunerada.

Se miran con ojos de desconfianza. Deseosas de ser la tristeza ajena.

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Ojalá tuviera más tiempo – suspira la primera. 

Mientras la segunda en silencio, piensa:
Ojalá mi tiempo valiera.

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